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Consejos para disfrutar de la montaña con niños

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Para los que somos padres o madres es importante poder compartir con nuestros hijos las experiencias que nos llenan y nos hacen felices. En el caso de las actividades al aire libre y en la naturaleza, además, esas experiencias resultan muy enriquecedoras para nuestros pequeños, como ya explicamos en este artículo.

Ahora bien, disfrutar conjuntamente de una actividad de montaña requiere de no poca adaptación por nuestra parte; una obviedad que, sin embargo, muchos padres pasan por alto. Se acabó de momento eso de marcarse grandes objetivos deportivos; los niños, y no las cumbres de 3.000 metros, deben ser de momento la prioridad.

He aquí unos cuantos consejos, igualmente obvios e igualmente ignorados demasiado a menudo, para disfrutar de la montaña con niños.

 

¿Cuánta distancia y desnivel puede asumir un niño?

Esta es la gran pregunta que todo padre o madre se hace a la hora de planificar una actividad de montaña con niños. La respuesta sin embargo, solo pueden conocerla ellos mismos. Algunos niños parecen haber nacido con el ansia de correr libres por el monte, mientras que a otros eso de caminar sin razón aparente no les atrae en absoluto. Esta predisposición es, de hecho, más importante que la edad del niño a la hora de calibrar la dificultad de una excursión.

Pero ojo, porque los pequeños atraviesan muchas fases de interés en sus primeros años, por lo que su actitud hacia cualquier actividad puede cambiar radicalmente en muy poco tiempo. La clave está en la motivación, como veremos más adelante.

En cualquier caso, como la motivación es algo bastante difícil de medir con antelación, el cálculo de distancias y desniveles solo podemos hacerlo por prueba y error. Comenzaremos con recorridos bastante llanos, no muy largos, y siempre interesantes desde la misma salida (nada de recorrer 5 kilómetros tediosos para ver algo bonito al final). Esto nos servirá para ir conociendo cómo se desenvuelve el niño en este tipo de actividad y nos permitirá calibrar futuras salidas.

En cuanto al tiempo, una norma muy útil consiste en conocer cuánto podría llevarle a un adulto medio completar el recorrido sin ánimo de batir ningún record y añadirle un 50% de tiempo. Esto nos dará un margen aceptable en caso de que nuestros hijos no estén muy por la labor de caminar.

 

una niña mirando el horizonte

 

La motivación es una apuesta a largo plazo

Ya hemos dicho que la motivación es la clave para que nuestros hijos disfruten del monte. Si les hacemos sentir que están viviendo una pequeña aventura, su predisposición será sin duda mucho más favorable. Es conveniente que les contemos lo que vamos a hacer, e incluso que les demos opciones, de manera que sientan que ellos tienen poder de decisión. También que les prestemos atención durante la actividad, explicándoles cosas, o dejando que ellos nos cuenten sus ocurrencias. Si nos limitamos a ir hablando con nuestra pareja o diciéndoles simplemente “venga, que ya queda poco”, la motivación se les acabará muy pronto.

Y es que, tan importante como motivarlos, es que después la actividad en sí satisfaga las expectativas del niño o la niña, de cara a mantener la buena predisposición a futuras salidas. Muchos padres, tratando de inculcar el gusto por la naturaleza a sus hijos, han conseguido el efecto contrario. Si la actividad es extenuante y tediosa, y acaba con malas caras porque los padres no han alcanzado el objetivo que se habían marcado, difícilmente el niño tendrá interés en repetir la experiencia.

En definitiva, las salidas al monte con nuestros hijos son parte de un proceso educativo. El objetivo nunca debe ser un hito físico (una cumbre, un dolmen, un árbol…), aunque está muy bien que haya uno que sirva para motivar al niño; el objetivo real será que el niño o la niña disfruten de la experiencia. Si conseguimos eso, lo demás llegará solo antes o después. Y por suerte, las cumbres, los dólmenes y los árboles, no suelen moverse del sitio, así que estarán allí cuando volvamos.

 

madre con niño

 

Las rutas, mejor circulares

Tener que desandar el camino andado es desmotivador para casi todo el mundo; para los niños lo es mucho más, si cabe. Por ello las rutas circulares suelen ser preferibles a las lineales.

Ahora bien, si nos hemos marcado un objetivo físico para una excursión determinada (una cumbre, por ejemplo), un niño desmotivado preferirá volver por el mismo camino de ida que seguir andando por un lugar que no conoce y que, por tanto, no le permite calcular cuánto camino le queda. Hay que tener en cuenta que su sentido de la orientación es bastante inmaduro y que es posible que perciba cualquier paso que dé por un camino nuevo como un paso que lo aleja del coche.

Sin embargo, como ya hemos dicho, que el niño o la niña lleguen desmotivados al objetivo marcado ya es un fracaso en sí mismo. Muy a menudo, una retirada a tiempo es una victoria. Así que, por mucho que nos hayamos propuesto completar una ruta circular, no nos debe doler que acabe siendo lineal.

 

dos niños y una vaca

 

A los niños les gusta jugar, no andar

Disfrutar de la simple actividad de caminar por un entorno natural es algo que llega con la edad; de niños, lo único que queremos es jugar. Por lo tanto, el niño debe percibir que toda la actividad es un gran juego, una gran aventura, y eso es algo que depende mucho de nosotros. Cuantos más juegos conozcamos y más retos seamos capaces de plantearle durante la caminata, más disfrutará de la actividad.

Una muy buena idea para que disfrute de la experiencia es juntarle con otros niños de su edad: amigos, primos, hermanos… De esa forma el niño no percibe que esté tomando parte en una actividad de adultos, sino en una gran jornada de juegos.

Una muy mala idea, en cambio, es andar con prisas. De hecho, si vemos que nos hemos ido de horario y no podremos llevar a cabo la actividad que pensábamos, es mejor cambiar de plan o dejarlo para otro momento, que hacerlo deprisa y corriendo.

 

padre y niña

 

La mochila porta niños es para un ratito

Las mochilas porta niños son un grandísimo invento que nos puede sacar de un apuro cuando el niño se agota o pierde toda la motivación por seguir caminando. Con ellas podemos poner fin a la actividad sin necesidad de tener que convertirla en una tortura para nuestro hijo o hija.

Sin embargo, es un gran error planificar toda la actividad contando con llevar a nuestro hijo a cuestas, por mucho que nos veamos físicamente capaces de hacerlo. Pasarse todo el día sentado en una mochila no es una actividad muy edificante y lo único que conseguiremos será que el niño pierda el interés. Por lo tanto, reservaremos la mochila para algunos tramos, para la siesta o para la vuelta, si es que la energía de nuestro hijo se agota antes.

Evidentemente, hablamos aquí de las mochilas porta niños, no de las portabebés, que tienen sus propias limitaciones.

 

La comida y el agua son fundamentales

Para disfrutar de la experiencia, un niño debe tener todas sus necesidades cubiertas. El hambre y la sed son impedimentos para el disfrute también en los adultos, pero nosotros aún podemos relativizar la situación y aguantarnos; los niños, en cambio, no. Por eso es absolutamente primordial que contemos con una provisión de agua suficiente y con algo de comida, por muy corta que sea la excursión que hayamos planificado. Es más, es importante que le vayamos dando algo para picar y reponer fuerzas, y sobre todo, mucho de beber, antes de que haya manifestado que tiene hambre o sed.

 

 

 

 

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18 Nov, 20

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